martes, abril 03, 2007

¿QUÉ NOS DIRÍA JAIME HOY?



Recordar a Jaime 16 años después de su muerte nos produce sentimientos encontrados. El dolor de la pérdida de un ser querido trae consigo inevitablemente interrogantes, dolores y pesares. ¿Por qué se fue? ¿Cómo se llena el vacío que deja en tantos, quienes sienten su ausencia en forma cotidiana? No podemos sustraernos, pues, al pesar que nos provoca no contar con Jaime en nuestra vida diaria, ya que se trata de un sentimiento natural e inevitable que perdura con el tiempo.

Pero también, quizás por las circunstancias cómo se produjo su muerte, de una violencia inusitada, o tal vez por la fuerza de su legado, algo ha calado muy profundo en nuestro ser, haciendo que su presencia se sienta muy fuerte, con mucha intensidad, pareciera que nos fuéramos a encontrar con él nuevamente en cualquier minuto. Y junto a ello, vemos cómo su figura, su mensaje, su obra se agranda conforme pasan los años. Nos sentimos orgullosos de nuestro Jaime por la estatura moral que ha ido adquiriendo, con reconocimientos que trascienden nuestras fronteras. Esa alegría nos permite tener tranquilidad en nuestros sentimientos. Por lo demás, sabemos que Jaime está donde quería estar más que nada en este mundo, está para siempre junto a Dios y ese consuelo de eternidad reconforta y devuelve el alma al cuerpo.

Nos reunimos por ello en esta mañana otoñal cumpliendo con renovado cariño nuestro compromiso con Jaime Guzmán. Lo hacemos para preservar su memoria y testimoniar con actos como éste que él continúa entre nosotros. Porque podrán haber asesinado a Jaime, podrán habernos quitado su presencia física, pero eso es todo lo que nos pudieron o podrán arrebatar. Su nombre y su legado prevalecerán en el tiempo como una herencia notable, y éstas y futuras generaciones darán fe de que el esfuerzo por terminar con su vida fracasó, ya que él sigue vigente, activo y dando frutos confundido con el tiempo.

Nos importa también hacer conciencia en el país cuán diferente es la forma cómo se actúa frente a crímenes de esta envergadura. Como sabemos, Chile ha sufrido en estas últimas décadas momentos de mucha violencia que han cobrado numerosas víctimas. Sin embargo, una mirada muy estrecha del respeto a la vida humana y a los derechos fundamentales de toda persona hace que algunos asesinatos aparezcan con mayor importancia o requieren de mayor preocupación y atención de las autoridades que otros. Nada podría ser más falso: toda vida es sagrada y todo atentado en su contra merece en toda circunstancia, tiempo y lugar, una condena clara y resuelta. La justicia debe actuar con igual celo ante las más diversas situaciones que se produzcan. No obstante, eso no es así. El asesinato de Jaime sigue sin que ninguno de los autores materiales e intelectuales esté siendo investigado o sancionado por su responsabilidad criminal. Las autoridades han postergado, cuando no olvidado este crimen cometido en contra de un Senador de la República en plena democracia. Tal como ha sucedido respecto del asesinato de un destacado dirigente poblacional de nuestras filas, Simón Yévenes, otro mártir cuya muerte permanece sin explicaciones ni condenas. Tienen en común el hecho de que no pertenecen a las fuerzas del autollamado progresismo de izquierda, donde algunos condenan los asesinatos cuando se afecta a sus compañeros, pero que no expresan ni experimentan similares sentimientos o preocupación por quienes pertenecen a otros ámbitos.

Es tiempo de que sinceremos nuestras convicciones, en el sentido de que los crímenes y asesinatos ocasionados por móviles políticos o ideológicos (o bajo cualquier otro pretexto) son siempre repudiables, de modo que el juicio no varíe según la proximidad o distancia que tengamos con ellos o con sus víctimas.

A Jaime lo extrañamos porque su palabra justa y precisa nunca daba espacio para ambigüedades como las que hoy advertimos. Fue su coherencia y consistencia lo que le hizo ser respetado hasta por sus más duros contrincantes.

Esa palabra, con ese reconocimiento, se echan de menos en nuestro tiempo.

¿Qué nos diría hoy Jaime?, se preguntan muchos al recordar esa inteligencia y certeza de juicio que había en sus pronunciamientos, pero también surge la interrogante al constatar la necesidad de tener un faro que ilumine el camino en medio de la confusión y de la oscuridad de nuestros días.

Por cierto, Jaime no permanecería indiferente o en silencio ante algunos hechos ocurridos en el país. Para él, la actuación de toda autoridad debía estar regida por estrictos criterios éticos y rechazaba toda demagogia o forma de corrupción. El triste espectáculo a que hemos asistido cuando conocimos la existencia de una “ideología de la corrupción” en el seno de las autoridades que nos gobiernan habría merecido su más enérgica condena. Por algo en su momento Jaime escribió:

mucho más que el progreso económico, social o políticos de un país, la grandeza de un país está dada por la calidad moral de sus integrantes. Porque hay pueblos que se han desquiciado en el mayor auge de progreso económico, social, cultural, e incluso política, porque allí dejaron florecer y crecer el deterioro del orden moral. Y en cambio, un pueblo que tenga su condición moral sólida, puede enfrentar situaciones muy difíciles en lo político, en lo económico y en lo social, como lo hemos registrado en Chile en muchas oportunidades a través de nuestra historia, si tiene una calidad moral suficiente y predominante para hacer frente a la adversidad o a ese escollo.”

Del mismo modo, a raíz de su profunda vocación de servicio que le hacía postergar muchas de sus inquietudes e intereses personales, habría salido como un león a reclamar por el trato vejatorio que han recibido millones de santiaguinos como consecuencia del Transantiago. A Jaime lo movía en forma irreductible la defensa de la dignidad de los más pobres, de los más humildes, especialmente cuando éstos eran pisoteados o humillados, situación que habría sido particularmente asumida por Jaime ya que entre los afectados se encontraban sus propios electores a quienes quiso entrañablemente. Recordar esa faceta de su liderazgo político nos hace redoblar nuestro compromiso con la pobreza

La visión de Jaime sobre la realidad política se identificaba con una perspectiva de rasgos inequívocos. Siempre Chile estaba primero y eso lo predicaba para quienes estuvieran tanto en el Gobierno como en la oposición. Por ello es que tenía autoridad moral para ser fuerte en la crítica e implacable ante la injusticia. La verdad estaba primero. El bien común estaba primero. Y si alguien falseaba la verdad o prefería el bien partidista o personal, lo enfrentaba directamente a cualquier precio. No se dejaba llevar por encuestas o situaciones circunstanciales que a muchos los haría actuar de una manera “políticamente correcta”, esto es, acomodaticia, ante tales hechos. Por el contrario, ante momentos de esas características actuaba siempre haciendo primar los valores permanentes, los objetivos de fondo y largo aliento, antes que dejarse llevar por el oportunismo cortoplacista que solo intenta estar bien con todos antes que con los principios. En eso consiste el liderazgo, decía una y otra vez.

Cuando hoy apreciamos que se nos juzga o valora según la última encuesta, resulta oportuno recordar lo que Jaime pensaba era esencial en un líder:

“Quienes se subordinan a las encuestas para determinar lo que les conviene decir son la antítesis de un líder. Sólo ejerce verdadero liderazgo quien decide en su conciencia lo que debe decir. Cierto es que la política exige que los mensajes se transmitan en forma persuasiva y atrayente. Pero ello no puede jamás confundirse con el oportunismo que diluya o adultere el contenido del mensaje. Los políticos ávidos de popularidad fácil y a cualquier precio pueden tener destellos de éxito electoral en una circunstancia determinada. Pero aparte de ser fugaz, ese logro no implica liderazgo alguno. Por el contrario, el liderazgo político consiste en guiar a la opinión pública, en vez de halagarla servilmente o de dejarse llevar por sus vaivenes. Ser líder exige incluso estar dispuesto a arrostrar transitorias incomprensiones, como precio de luchar para que se modifiquen criterios deformados que, en ciertos momentos, puedan prevalecer en la ciudadanía.”

Los momentos que nos toca vivir exigen de nosotros una fuerza especial. La crisis social y política que afecta a la coalición gobernante nos plantea un desafío de proporciones que nos obliga a estar a la altura de las circunstancias. Nos convoca en primer lugar a construir una alternativa que le de un buen gobierno a Chile. Ese compromiso ha de ser hecho con generosidad y amplitud, pero también en una entrega que refleje el sentido que la política tiene para nosotros y, muy especialmente, para la UDI. No siempre comprendíamos a Jaime cuando enfatizaba la importancia de formar un partido político que no fuese uno más del montón, sino que una verdadera escuela de servicio público. Quizás pensábamos que los partidos eran todos similares. Sin embargo, luego de haber alcanzado alguna experiencia política, hoy comprendo perfectamente lo que Jaime quería decir. No da lo mismo cómo se hace la política. Importa mucho hacerla desde un proyecto que se sustente con legitimidad y fuerza propia. Podemos entendernos con muchos y lo debemos intentar con todos, pero quienes se comprometen con nuestro camino deben hacerse cargo de lo que le da sentido a esta institución. Decía Jaime, refiriéndose a la UDI, que:

“Chile necesita un partido confiable en la defensa de nuestros valores morales y nuestros principios políticos y económico-sociales. Chile necesita un partido que difunda esos valores y principios con testimonios personales y directos que lleven a muchos chilenos a encarnarlos como una forma de vida, excediendo largamente el estrecho mundo propio de los conciliábulos políticos. Chile necesita un partido que comparta los problemas de los más pobres alejándolos de la lucha de clases y los defienda contra toda demagogia que, favoreciendo a grupos organizados de presión, termina siempre perjudicando a los más desvalidos. Chile necesita un partido que despliegue sus banderas con ánimo de concordia entre los demócratas, pero sin concesión ni tregua frente a los totalitarios. Chile necesita un partido que jamás confunda los consensos válidos y necesarios, con el acomplejamiento o el entreguismo.”

Chile necesita de la UDI, diría yo, Chile necesita un partido líder que le permita abrigar la esperanza de que es posible una convivencia digna. Construir esa opción es una tarea ineludible, y así en alianza con muchos otros, podremos ofrecerle al país un sueño real, una ilusión concreta.

Pensemos lo que nos diría Jaime si estuviera aquí. Yo creo que nos miraría detrás de sus anteojos de grueso marco, para sentenciar algo así: “ya saben quienes son y porqué están aquí. Ahora, tomen sus herramientas y vayan a trabajar con el mundo popular que nos requiere con urgencia, con los hombres y mujeres de la clase media que le dan orden y sustento a Chile, porque sólo en el servicio a las personas más necesitadas encuentra sentido la actividad política. Chile no resiste más gobiernos como los que hemos conocido en estos años, menos todavía cuando se ha perdido el rumbo, la moral y hasta el respeto por los más humildes. Pero, escúchenlo bien, no basta que ellos se encuentren en este grado de deterioro para que ustedes lleguen al gobierno: deben decirle a chilenos y chilenas que tienen un proyecto grande, grande como el corazón de nuestra patria, donde con el esfuerzo mancomunado será posible una vida más humana para todos. De modo que dejen su comodidad, abandonen la vida pasiva y pónganse a trabajar incansablemente hasta hacerlo realidad, porque sólo entonces nuestros conciudadanos les creerán y les confiarán la conducción de nuestra nación.”

Escuchemos lo que Jaime nos diría en el fondo de nuestra conciencia y asumamos cada uno de nosotros, la tarea y los desafíos que nos corresponden. Sería la mejor manera de decirle al mundo: Jaime vive, está aquí en nuestros pensamientos, en nuestras palabras, en nuestras obras.


Hernán Larraín F. Senador y Presidente UDI
Pronunciado en el Cementerio General de Santiago
1 de abril de 2007