jueves, diciembre 22, 2005

Navidad y segunda venida de Cristo

Mucho se ha hecho, últimamente, por rescatar el sentido cristiano de la Navidad. Por conseguir que en la fiesta de hoy, nuestro pensamiento se dirija básicamente al pesebre de Belén, más que al bolso de regalos de Santa Claus. Sin embargo, creo que el nacimiento de Cristo en Belén sólo se entiende plenamente, ligándolo a la segunda venida del Mesías, al fin de los tiempos.
Ante todo, el pesebre de Belén se nos ilumina en su sentido y valor, en función de que su estrella nos conduzca a conocer y procurar, seguir fielmente las enseñanzas de Cristo. Es el modo de aprovechar los frutos redentores de su posterior muerte y resurrección gloriosa.
Recordarlo en la hora actual, parece especialmente importante. Porque admirar a Cristo en su mera condición humana, va muy unido al error de convertirlo en fuente de un mensaje de simple amor sensible y afectivo. Y ni lo uno ni lo otro puede confundirse con el verdadero cristianismo.
Cristo trae al mundo como primera afirmación -y exigencia de fe- el reconocimiento de sus dos naturalezas: divina y humana. Es Dios Hijo encarnado. Ningún simple humanismo, aún apodado de cristiano, puede pretenderse pues equivalente al cristiano.
También Cristo insiste en que no hay verdadero amor si no es en la observancia de sus mandamientos. La caridad -virtud teologal- consiste en amar a Dios, y al prójimo por amor de Dios. Amores ambos inseparables entre sí e indisolubles, a su vez, de la moral cristiana. Jamás el amor cristiano podrá identificarse con la sensiblería blandengue o con el capricho relativista de creer que cada cual puede construir “su” propia moral subjetiva.
Con todo, lo anterior sólo cobra su plena dimensión desde la perspectiva de la segunda y postrera venida del Mesías. Aunque los católicos rezamos en el Credo de que Cristo “vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos y su reino no tendrá fin”, hay quienes parecieran atribuir a esta verdad un supuesto carácter incierto o simbólico.
Quizás asusten a muchos los terribles efectos cósmicos que anunciarán la segunda venida de Cristo: “Se oscurecerá el sol y la luna no dará su luz, y las estrellas caerán del cielo y los poderes del cielo se conmoverán” (Mt. 24, 29).
Tal vez retraiga a algunos la gravedad de los signos morales que precederán ese acontecimiento: “antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de iniquidad, el hijo de perdición que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo”. (2 Tes.2, 3-4).
Acaso desinterese a otros del tema la creencia de que esos sucesos están muy lejanos y no los viviremos. A eso contesta San Pedro: “no se os oculte que delante de Dios un solo día es como mil años, y mil años como un solo día”. Y agrega: “pero vendrá el día del Señor como ladrón, y en él pasarán con estrépito los cielos, y los elementos, abrasados, se disolverán, y asimismo la tierra con las obras que hay”(2 Pt. 3,8 y 10).
El cristianismo es, por tanto, inseparable de la escatología o doctrina sobre las postrimerías. Tanto la escatología individual de nuestra propia muerte, como la escatología universal del fin de los tiempos, pertenecen a la esencia de la fe cristiana. Por nuestra muerte llegaremos a la contemplación de Dios, y por el fin de los tiempos y la segunda venida de Cristo, -o Parusía-, Él implantará Su reino en plenitud. Ese “cielo nuevo y tierra nueva” de que nos habla el mismo San Pedro, contra el cual no tendrá ya poder el demonio, el pecado ni la muerte.
Así como Israel fue elegido para ser el pueblo que por varios siglos esperase al Mesías que nacería de él, la Iglesia es el nuevo pueblo de Dios- institucional y jerárquicamente estructurado- que peregrina hacia la segunda venida del Señor.
La conspiración del silencio que hoy pesa sobre las postrimerías y el fin de los tiempos, es una obra diabólica para oscurecer todo el sentido cristiano y escatológico de la historia y del misterio redentor del Hijo de Dios encarnado.
Al dirigir hoy nuestro pensamiento al pesebre de Belén, pienso que un buen barómetro de la penetración en dicho misterio, es preguntarnos cuánto y cuán intensamente aguardamos la segunda venida de Cristo, en gloria y majestad, al fin de los tiempos.
Jaime Guzmán E.

jueves, diciembre 15, 2005

Pasión de servir

Pasión de servir

Hernán Cheyre V.
Talleres Bicentenario
Escribo estas líneas a pocas horas de haberse conocido los resultados finales de las elecciones del domingo, y cuando todavía no se agotan los análisis de los efectos que este desenlace puede tener en el futuro político del país. Sin desconocer que el candidato que va a representar a la Alianza en la segunda vuelta tiene la capacidad y el talento para lograr un resultado que permita hacer realidad el anhelo de la alternancia, es obvio que la contribución de todos va a ser de vital importancia para lograr este cambio. En este contexto, el gesto de Joaquín Lavín de ofrecer su colaboración al comando de Sebastián Piñera como “un soldado más” adquiere una dimensión especial. Hay que tener en cuenta que la candidatura que logró pasar a la segunda vuelta se originó en un contexto conflictivo entre los partidos de la Alianza, que la campaña en sí no estuvo exenta de roces, y que hubo una rivalidad indiscutible entre ambos candidatos, originada por el legítimo derecho de cada uno de aspirar a encabezar el próximo gobierno. Sin embargo, más allá de este gesto puntual de Joaquín Lavín, que ciertamente lo enaltece como persona, creo de elemental justicia rendir un modesto homenaje al aporte realizado por él en todo este proceso.
Ya se ha escrito bastante sobre su evolución en la política, la cual ha tenido como sello característico el haber desarrollado una capacidad para sintonizar con los problemas reales de la gente, ideando soluciones creativas y de fácil aplicación, pero que muchas veces excedían los marcos tradicionales. Sin embargo fue precisamente esta originalidad la que lo encumbró como figura pública en el país, al punto de haber estado al borde de alcanzar la primera magistratura seis años atrás, ante el asombro de la clase política. Nadie podría dejar de reconocer que el estilo Lavín cambió la forma de hacer política en el país, habiendo sido precursor de un estilo que tuvo seguidores en todos los sectores.
En las elecciones del domingo pasado, el intento de alcanzar la cumbre se vio frustrado, provocando un golpe no fácil de digerir. Fueron para Joaquín Lavín años de preparación, de mucho esfuerzo, y enfrentando elevados costos personales. Su visión de futuro lo motivó a convocar la formación de los Talleres Bicentenario, instancia en la cual tuve el honor de poder participar, orientada a soñar con un Chile desarrollado, con mayor igualdad de oportunidades y sin pobreza. Más de 400 profesionales, durante más dos años, elaboraron un detallado diagnóstico acerca de cada uno de los sectores del país, proponiendo soluciones concretas para alcanzar esas anheladas metas durante la década del bicentenario. El esfuerzo realizado constituye probablemente el más serio esfuerzo realizado en el país como base programática de un futuro gobierno. Es cierto que el trabajo realizado fue esencialmente técnico, pero en todo momento el telón de fondo fue el sueño de un país distinto, y la impronta en este sentido fue el sello que le quiso dar el propio Joaquín Lavín. Sus intervenciones siempre apuntaron a precisar el impacto de una u otra medida en la situación de los más pobres, aspecto en el cual él tiene una ventaja natural, fruto de su contacto permanente con los más necesitados. En reiteradas oportunidades, sus propuestas fueron catalogadas de “populistas” por los adversarios políticos. En realidad, era sólo su orientación a la solución de problemas reales de la gente, dejando así de manifiesto una diferente priorización de las necesidades de los grupos más necesitados.
En su emocionado discurso del domingo en la noche, Joaquín Lavín manifestó que luego de esta aventura presidencial “se cerraba una puerta”, pero que “cada vez que se cierra una puerta, Dios abre una ventana”, y que desde ahora iba a comenzar a buscar esa ventana. Muchas veces, Joaquín Lavín ha señalado que una de las personas que más lo influyó para ingresar al servicio público fue Miguel Kast, impulsor de la mayoría de las reformas sociales que comenzaron a implementarse en el país a mediados de los años 70. Habiendo fallecido a muy temprana edad, Joaquín Lavín escribió un libro para preservar su memoria, y resumió la vida de Miguel en una sola frase: “Pasión de vivir”. Si hubiera que resumir también en una frase lo que ha sido hasta ahora la vida de Joaquín, no podría ser otra que “Pasión de servir”.
Por el bien de Chile, esperamos que la ventana que pronto se va a abrir mantenga esta misma orientación de servicio a los demás