NUESTRO MODO DE SER
Las Fiestas Patrias invitan a reflexionar sobre nuestra idiosincrasia. No para
limitarnos a constatarla, sino para procurar superarnos, a partir de lo que somos.
Los chilenos tenemos virtudes que nos enorgullecen. Somos hospitalarios
para acoger al extranjero, abriéndole nuestra patria y nuestros hogares. Hemos
amalgamado así a millares de inmigrantes de las más variadas procedencias, que
rápidamente se sienten a y pasan a ser integralmente chilenos. Somos altivos, en
cambio, para defender nuestra soberanía ante cualquier intento de presionarnos o
dictarnos lecciones en asuntos que nos compete resolver sólo a nosotros.
Somos solidarios ante el familiar o amigo más desvalido. La institución del
“allegado” lo ejemplifica, especialmente entre los más pobres. ¡Cuánto ejemplo
brinda el que sabe compartir lo poco que tiene! Somos sobrios y ajenos a
estridencias que menospreciamos como “tropicalismos”. Somos apegados a la
juricidad y amantes del orden. Por eso buscamos y respetamos a la autoridad
fuerte y justa.
He ahí algunas de nuestras principales virtudes. Pero nuestra idiosincrasia
carga también con arraigados defectos. Nos falta espíritu de trabajo, fruto de una
cierta tendencia a la flojera. Apreciamos más bien al que triunfa sin mayor
laboriosidad. Desde niños desdeñamos como “mateo” al estudiante que triunfa
con su esfuerzo, ensalzando al que obtiene buenas calificaciones sin estudiar, con
lo que malentendemos como “picardías criollas”.
Por otro lado, así como nos sobran buenas ideas, generalmente nos falta
perseverancia para llevarlas a cabo. Quizás por construir un bien escaso, quien es
perseverante tienen en Chile una ventaja comparativa difícilmente igualable.
En fin, la envidia sobresale entre nosotros a través de la institución nacional del
“chaqueteo”. Pareciera que más que progresar ellos mismos, a muchos chilenos les
interesa más que no lo haga el del lado.
¿Pueden corregirse los defectos de una idiosincrasia? Pienso que sí. Noto,
por ejemplo, que surge una mentalidad más competitiva y ganadora en nuestra
juventud, que ya no se conforma con “triunfos morales”, sino que anhela superarse
para superar a los demás. Y creo que ello es perfectamente compatible con un
auténtico espíritu solidario.
Más aún, rectificar los defectos y reforzar las virtudes de la propia
idiosincrasia pareciera el único camino de progreso profundo y duradero para un
pueblo.
Jaime Guzmán E.
La Tercera, septiembre 1987
viernes, septiembre 16, 2005
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